La travesía al trabajo es ahora más amplia, toca salir en la pemunbra y lo que me reconforta es que comienzo a sentir frío. El camino es considerable, a veces no me gusta tanto tener que acelerar, pero los terceros en el tráfico me obligan, a veces son demasiados autos y la marcha tan rápida que no puedo evitar pensar que a la más mínima distracción, el trayecto puede terminar en desastre. Y yo soy tan distraída a veces.
La mayoría coincide en que la tranquilidad que se vive acá es envidiable, confieso que el paisaje es muy agradable, pero a veces tanta desolación y silencio no me ayudan, los silencios absolutos nunca han terminado de entrar en mi costumbre, a penas voy familiarizándome a conciliar el sueño en la total obscuridad y en el silencio. En mi antigua recámara había pegado estrellitas fluorescentes para iluminarme un poco el techo blanco que se ponía negro al apagar las lámparas, y el radio permanecía prendido toda la noche. Aunque confieso que ahora puedo dormir porque él está a mi lado, eso me facilita mucho el trance.
Hay que dormir menos, aunque parece que el sueño nunca es suficiente para mí, pero hay que dormir menos... Sigo valorando estos rumbos de Santa Anita.
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