lunes, 24 de agosto de 2009

Las cosas que uno aprende...


Muchas cosas se aprenden en la vida, y otras tantas se suman al inventario cuando uno decide unificar la vida y sus acervos con alguien más; ahora que vivo con J. tengo más libros (algunos repetidos), transformers, patalla de 42" y Xbox, siempre supe de las debilidades de mi amorcito por los videojuegos, y confieso que desde la secundaria, nunca más volví a tener contacto con ellos; en gran parte porque la tecnología poco a poco me fue marginando con sus consolas carísimas y sus controles que yo veía incontrolables con su "montón" de botones.

Sin embargo me ha bastado mes y medio para saber que la revista oficial de Xbox sale aleatoreamente cada mes, que "esperamos" con ansias la salida de Bioshock el siguiente año, ahora sé qué eso de "multiplayer", ya llevo dos que tres juegos de tenis y unas cuantas peleas ganadas en Street Fighter (sigo pensando que me dejaron ganar), sé que la narración de PES corrió a cargo de Luis García y Cristian Martinolli, (me cago de risa con ellos), ahora sé que mi Bombón es ferviente aficionado de Final Fantasy, y paulatinamente voy comprendiendo qué es todo ese universo. Por cierto, quiere conseguir de nuevo los discos de Final Fantasy IX, si saben algo de ellos me avisan.

He invertido muchas tardes viéndolo jugar, me divierte verlo emocionarse y enojarse, que me explique lo que sucede, compartir a ratos y ratotes su apasionamiento por el videojuego, a veces me quedo dormida, pero me da mucha ternurita despertarme y que me cuente cuántos logros desbloqueó mientras yo dormía, su sonrisa infantil no la cambio por nada, una se sorprende de las cosas que aprende, y sobre todo de como se vuelven de a poco un divertimento propio.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Por rumbos de Sta. Anita




La travesía al trabajo es ahora más amplia, toca salir en la pemunbra y lo que me reconforta es que comienzo a sentir frío. El camino es considerable, a veces no me gusta tanto tener que acelerar, pero los terceros en el tráfico me obligan, a veces son demasiados autos y la marcha tan rápida que no puedo evitar pensar que a la más mínima distracción, el trayecto puede terminar en desastre. Y yo soy tan distraída a veces.

La mayoría coincide en que la tranquilidad que se vive acá es envidiable, confieso que el paisaje es muy agradable, pero a veces tanta desolación y silencio no me ayudan, los silencios absolutos nunca han terminado de entrar en mi costumbre, a penas voy familiarizándome a conciliar el sueño en la total obscuridad y en el silencio. En mi antigua recámara había pegado estrellitas fluorescentes para iluminarme un poco el techo blanco que se ponía negro al apagar las lámparas, y el radio permanecía prendido toda la noche. Aunque confieso que ahora puedo dormir porque él está a mi lado, eso me facilita mucho el trance.

Hay que dormir menos, aunque parece que el sueño nunca es suficiente para mí, pero hay que dormir menos... Sigo valorando estos rumbos de Santa Anita.